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La Imagen Oculta

La imagen oculta

Eduardo Terranova

Johanes Vermeer (1632-1675) nació y murió en Delft, una ciudad en la República de los Siete Países Bajos, de donde nunca salió.

Estaba observando un documental de arte en el que trataban una de sus obras y un misterio que ella ocultaba tras unas cuantas capas de color.

Se trata de la obra “joven mirando por la ventana” en la que se muestra, como su título lo indica, a una jovencita adolescente que está leyendo absorta una carta. Su rostro puede verse por completo en su perfil desde un foco alejado de ella, ubicado tras una cortina, mientras que la contra faz se aprecia en su reflejo sobre la hoja de la ventana abierta hacia el interior, que oficia en una suerte de espejo coyuntural, para completar el panorama de su rostro sin demasiados detalles.

La pintura, hace su centro de atención en la imagen de la joven que destaca aunque con sutileza sobre un ambiente con un solo punto de ingreso de luz, donde predominan los claroscuros y zonas intermedias, cotidianas y simples, que sin embargo, atrapan al espectador y lo transportan a pisar esos tapetes; sentir su textura con los pies descalzos y correr levemente la cortina de pesado tramado verde azulado, sin perturbar la atencion tambien dificil de interpretar de la joven que ajena al mundo exterior, valiéndose de él solamente para recibir la luza del día que entra por la ventana, única conexión física con el exterior, lee las líneas en aquel papel escritas.

Podemos especular y creo que casi todo el mundo coincidirá en el origen y contenido de la misiva, que en todo caso, el artista deja librado a la imaginación de cada espectador y por ende no viene al caso. En cambio, su propio ambiente, la estancia de la joven en ese lugar y su vínculo con el es un baúl repleto de contenido que se enriquece en cada mirada que hacemos desde nuestro sitio indiscreto detras de la cortina.

Esta pintura, que estuvo en el anonimato y luego conocida por como una obra de Rembrandt, (erróneamente catalogada en su momento), empero fue  a consecuencia de este error de atribución de autor, que le dio el salvoconducto para hacerse visible para el mundo y posteriormente valorada como una de las obras destacadas del acervo universal, pero no solamente por su calidad pictórica, sino también porque encierra en su propia estructura un misterio que fue descubierto en la década del setenta del siglo XX, gracias a estudios con rayos X hechos por restauradores, que la colocaron en la lista de obras con valor agregado apócrifo.

Al parecer, bajo los rayos X, en el ángulo superior derecho de la obra, se atisbaba una silueta que aprecia como un fantasma y que parecía un ángel alado, que posteriormente se le atribuyó la identidad de Cupido.

Se desató entonces la polémica sobre si este “Cupido” había sido pintado por el autor Vermeer, o si había sido incluido a posteriori por pintores desconocidos o al menos anónimos.

En consecuencia, dos hipótesis fueron planteadas: una que esgrimió que Vermeer había pintado al cupido y un anónimo la ocultó con maestría equivalente a la del autor para ocultarla y quitar de la vista durante siglos esta figura. La otra; que un anónimo agregó al Cupido y en una tercera instancia, se lo ocultó.

Como sea, los análisis científicos pormenorizados revelaron que la pintura sobrepuesta a la imagen del cupido era muy posterior a la del cuadro original, tendiendo a pensar que sería la primera hipótesis la que prevalece.

Para el caso, según la opinión de expertos, la inclusión del Cupido en la pintura original, sería una demostración de cierta inmadurez emotiva de parte del artista, ya que esta sería una obra muy temprana del compendio reducido de obras que se cuenta en su haber. 

Una pista de esta hipótesis podría basarse en la calidad sugestiva y casi sublime que él mismo logra en pinturas posteriores, de las cuales la más famosa: “La doncella de la perla” se lleva el primer lugar en sugestión sublime que algunos la comparan y la nombran como la “Gioconda” de Holanda

Este tema nos pareció muy oportuno pues me permite integrar contenidos y efectos del arte y la ciencia, ambos como caminos que nos conducen a una elevación del entendimiento de las cosas y a un manejo eficaz del conocimiento en pos de un estado de contemplación que trasciende el mero objeto de estudio u observación y nos convierte a nosotros mismos en objeto de modelación del espíritu humano en su mejor dimensión.

En esta oportunidad, el arte y dentro de él, la pintura como la música, no solamente nos facilita la comunicación sino que directamente nos transmite emociones y sensaciones, describiendo situaciones, tiempos, lugares y emociones sin necesidad de hacerlas explícitas de otra forma.

Por su parte, la ciencia, nos da la herramienta fáctica, objetiva y concreta de la confirmación o la certeza relativa de un fenómeno, para que podamos asirnos a esta como “clavo de alpinista” que nos permita dar el paso siguiente en la ascensión de la montaña. 

Una no puede estar sin la otra, si queremos ser verdaderos  “montañistas”. 

Claro está que no es posible ejercer ambos talentos indistintamente. Usualmente si lo hace una misma persona, en general comienza y desarrolla su vida atraído por el mundo del conocimiento de las ciencias y se ve absorbido por ella y la tecnología hasta que comienza a lograr ciertos objetivos clave de su vida interior, que quizás estuvieron en su imaginación y fantasía desde edades tempranas, pero el rigor científico y la vorágine de las actividades que este conlleva para poder avanzar y sobrevivir como tal, lo alejan cada vez más de aquellos sueños infantiles que motivaron la frase omnipresente en mi: “la vida te muestra lo que al final te va a dar” … 

Una vez que llegamos a esa instancia en la que podemos darnos algunos pequeños lujos existenciales, como elegir con mayor libertad los caminos que construiremos, es que comienza a emerger la veta imaginativa, quizás pueril, pero sin dudas harto rica que en realidad catalizara  el inicio y desarrollo de nuestra trayectoria, sea en el campo que fuere.

Posicionados en este lugar, comenzamos a ver y a contemplar sin pretender explicar, sino tomar intuitivamente el fenómeno y sinergizar con él,  transitando bajo su efecto y observando las repercusiones que esta acción tiene sobre el entorno. Esto me lleva también y una vez más a la frase igualmente emblemática de mi vida: “El universo es sencillo. Lo difícil es hacerlo evidente” .

Volviendo al cuadro que nos convoca, finalmente la ciencia y la tecnología hicieron posible el descubrimiento del Cupido, y la remoción de las capas de pintura que el artista anónimo plasmó sobre él. La consecuencia inmediata es que se obtuvo otro cuadro. El mundo pudo ver un nuevo cuadro de Vermeer, pues durante siglos había apreciado otro muy diferente, que resulta evidente si quitamos o dejamos la figura de Cupido en el lienzo.

Surge la interrogante reflexiva sobre las implicaciones artísticas y científicas de este fenómeno.

Por una parte, es un logro absoluto de la ciencia y la tecnología como instrumentos fantásticos para hacer evidentes los universos que se nos presentan en cada desafío cognitivo. La “Verdad” de alguna manera salió a la luz y todas las especulaciones e interpretaciones hechas durante siglos sobre el mensaje de la obra y su contenido implícito se pone en duda y eventualmente se desmorona ante la prueba fáctica de la presencia real de un personaje no considerado nunca antes. 

Esto es cierto e irrefutable. Empero,  ¿qué sucede con la historia que hay detrás del autor anónimo que con maestría equivalente al original considero necesario y logró el acto artístico de la ocultación de la existencia del cupido?, aunque no lo borró, sino que lo ocultó tras las capas de pintura que imprimió.

Al descubrir esta situación, de alguna manera se destruye un segmento de la historia corolaria a este cuadro.

No es mi opinión sino la de expertos que han disertado sobre esto en sus respectivos foros especializados; sin embargo me permito hacer una interpretación personal de esta situación y aplicarla a los ámbitos cotidianos en los que nos movemos, sobre todo en los campos de la ciencia y tecnología.

Así como sucedió con el análisis y manipulación de la pintura de Vermeer, hubo que dejar a la  ciencia y tecnología actuar con sus formas, rigurosidad y objetividad, pues está en su esencia la búsqueda de la “verdad” o la “certeza relativa” de la presencia de un fenómeno dado. En este caso fue la existencia de la figura del cupido y su respectiva datación para dilucidar su autor original, tanto de la figura como de su encubrimiento. Un camino necesario, que no admite subjetividad ni emotividad.

Pero, una vez que obtenemos la situación velada; ¿qué hacemos con esta información? ¿Echamos por tierra y despreciamos la historia que acompañó durante más de tres siglos a una obra de arte? ¿Borramos de un plumazo la “efímera” existencia de 300 años de un pintor anónimo que quiso decirnos algo al ocultar con maestría el cupido? ¿Pierden valor automáticamente todas las interpretaciones que motivaron a su vez a pensamientos profundos y reflexiones de millones de espectadores que se fascinaron y se comunicaron con una dimensión diferente de la existencia, por la aparición (Cupido) de una motivación concreta de la expresión de un sentimiento tan arcaico como profundo y tan propio y exclusivo del ser Humano?

A veces, la exactitud de la conciencia de un fenómeno en el nivel cognitivo, genera “tanta luz” que termina por cegar otras formas de ver el mismo universo, excluyendo esta lente del menú de opciones que tiene el observador y viceversa si sólo atendemos lo emocional subjetivo y sublime de las artes sin que nos facilite la visión amplia del mundo objetivo en su dimensión holística. Es el espíritu alquimista, que quedó en las cenizas de la anécdota, los textos históricos y cada vez más, en el olvido.

Eduardo Terranova, Marzo, 2023

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